Ha sido muy buena, mejor de lo esperado en casi todos los sentidos

La profesionalidad del guía y el alojamiento en Pakding. El primero correcto, amable, en fin, un encanto de persona y que nos dejó un recuerdo que tardará en desaparecer. De lo segundo (el alojamiento en Pakding) un lugar casi paradisíaco de vistas, de atendimiento, amabilidad, tan perfecto que casi no encajaba con lo habitual en el tipo de alojamientos, en fin el mejor de todos los utilizados durante todo el Trekking.

Me encantó y disfruté mucho tanto del recorrido como de las cosas que vi.El alojamiento en Namche Bazzar me pareció el más pobre de todos los que visité. Fue un alojamiento que me desagradó bastante.

Lograr el objetivo de ascender al Kalapatthar. El recorrido efectuado y los guías y porteadores que fueron encantadores y el alojamiento en Pakding, con un trato cariñoso y muy agradable.

La impresión general es inmejorable. La satisfacción ha venido por la superación de diversas dificultades (al ir en diciembre y al no haber calefacción en ningún albergue, durante dos semanas no hubo un momento de confort... el frío pasaba de menos frío durante el día a helar -también dentro de los albergues- por la noche; la altitud y algunas jornadas con grandes cuestas; la limitada variedad de la comida; tener que pagar por todo: electricidad, wifi, ducha, agua potable...). Todas esas cuestiones negativas (menores o medianas) se transformaron en muy positivas una vez todos alcanzamos la cumbre del Kalapattar y, días después, regresar a Lukla (punto de partida y final). Hay que añadir el vibrante atractivo de Katmandú (no tanto las excursiones como dejarse perder por la zona centro). Rematar el trekking con un par de días en Katmandú es un gran acierto, ya que además de recuperar la sensación de confort es la ocasión para adentrarse en otro Nepal muy distinto al del valle de Kumbhu.

El gran ambiente de compañerismo que se crea para afrontar y superar los retos del camino. También la posibilidad de vivir en soledad esos paisajes inimaginables, en especial cuando se supera la cota de 3.500 metros y cada vez hay menos personas y construcciones en el camino. Fue una caminata suficientemente flexible donde se podía avanzar a un ritmo propio y recuperar la unidad del grupo cada cierto tiempo. ¿Lo mejor del viaje? Haberlo conseguido y que ese logro fuera una explosión de satisfacción personal.