Ahora que ya han pasado unos días, con el sueño y las energías algo recuperados, voy recordando, con perspectiva, muy buenas imágenes del pasado MDS 2011.
Me he tomado una semana de vacaciones, imprescindible para reinicializar la mente, mudar las uñas y recuperar los pies. Tiempo para estar con la familia y empezar a contar batallitas y penurias, que desde aquí, cada día que pasa, suenan más y más lejanas. ¡Con qué facilidad olvidamos los malos momentos! ¡Qué rápido actúa nuestro antivirus mental, eliminando o arrinconando lo malo y destacando los mejores momentos vividos!
Con una cerveza en la mano, intento analizar lo mal que lo pasé en la etapa maratón, el sexto día de carrera. Recuerdo que la infección de los pies ya empezaba a inmovilizarme y supongo que el mismo dolor me chupaba la poca energía que me quedaba. Debía seguir corriendo y corriendo, tal como me he repetido durante toda la carrera: “¡Venga, no pares, sigue corriendo, no andes, sigue corriendo!”.
El final de la etapa fue como una pesadilla. Aparecimos en una planísima llanura, desde donde se divisaba el campamento a unos seis kilómetros de distancia. Recuerdo el infierno de avanzar y correr hacia esa dirección, mirándome los pies, levantando la cabeza y forzando la vista hacia el campamento, y comprobando que aún estaba tan lejos que era imposible definir objeto alguno. Seguir corriendo e intentar cerrar los ojos unos segundos, para abrirlos de nuevo y contemplar que ya estaba más cerca. En pleno desplome debido al agotamiento y al inicio de las dudas sobre si aquello blanco era el campamento o una ilusión, aparecieron mis compañeros Víctor y Pablo que, como dos ángeles caídos del cielo, me dijeron: “Venga, engánchate a nosotros y corramos juntos hasta la meta”. Así fue como, entre los dos, como si se tratara de una silla invisible, corrí y corrí hasta conseguir cruzar la meta con ellos, todavía no sé de dónde saqué las fuerzas. Me pregunto si, en caso de que no me hubieran enganchado en su carrera, aún estaría andando por esa llanura, dando vueltas sin rumbo. A ellos les debo mucho, me salvaron de las turbulentas aguas del desierto en las que me hundía y ahogaba sin remedio.
Esta situación es un ejemplo de lo que ocurre en una carrera donde se va al límite, una prueba donde la solidaridad de los participantes es imprescindible, bien en carrera o una vez en el campamento. Este factor solidario es una de las mayores riquezas que posee esta competición.
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