A tres kilómetros de la capital senegalesa de Dakar, encontramos la isla de Gorea (o Goreé, en francés). Hoy un objetivo de nuestra ruta por Senegal, esta isla fue durante más de tres siglos el mayor centro de comercio de esclavos de África.
Si bien los portugueses fueron los descubridores de la isla en 1444, sus vecinos europeos, holandeses, franceses e ingleses, pelearon constantemente por este lucrativo emplazamiento, haciendo que cambiara de propietario con frecuencia.
En 1536 los portugueses construyeron la primera casa de esclavos. Posteriormente, las distintas fuerzas que ocuparon la isla de Goreé fueron ampliando la capacidad de comercio de la misma, hasta llegar a un total de 39 casas.
La Casa de los Esclavos es la más conocida de todas ellas. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y convertida en museo, fue levantada por un holandés en 1776. Su conservación y la posibilidad de visitarla, nos dan hoy una idea de cuán desalmadas eran las transacciones que allí se producían.
Su diseño, pensado para el comercio de personas, incorpora una celda para hombres, otra para mujeres, otra para mujeres jóvenes, otra para niños y otra de nutrición, esta última para aquellos esclavos que debían ganar algo de peso antes de ser vendidos. Una gran separación física entre los niños y sus madres impedía que estas escucharan los llantos de sus hijos, evitando así que su sufrimiento perjudicara su estado de salud.
Ya en su exterior, las escaleras frontales de la casa servían para exhibir a los esclavos y para negociar su precio con potenciales compradores. Finalmente, una vez eran comprados, los esclavos enfilaban un pasillo con una puerta al final: «El lugar de donde nunca se regresa». Aquí, era donde los nativos africanos divisaban a lo lejos su tierra natal antes de partir hacia «el nuevo mundo».
Hoy en día la isla de Goreé tiene un ambiente muy distinto. Sus vivos colores se levantan glamurosos en la roca que habita en medio de aguas turquesa, y su población local (unos 1000 habitantes) vive en un ambiente alegre y relajado. En las antes lúgubres calles, se establecen ahora talleres de artistas y pequeños negocios locales.
Durante el día, los ferrys llenos de trabajadores de la isla residentes en Dakar y de turistas llegan a sus costas para pasar el día allí. Cuando cae la noche, todos los visitantes cogen el ferry de vuelta. Entonces, solo queda la población local, junto a nosotros. Sí, nosotros también nos quedamos a pasar la noche, un privilegio de nuestra ruta fuera del alcance de la mayoría de visitantes, que nos brinda la oportunidad de entrar en contacto íntimo con la isla y su gente.
Por lo tanto, la visita a la isla de Goreé supone una inmersión, no sólo en la cultura local, sino también en la historia de África, Europa y América. ¿Quieres visitarla? Consulta nuestros viajes a Senegal.
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