Por fin estamos de vuelta en casa.
Ayer fue un día de regreso, despedidas y reencuentros. Abrazos con todo el mundo, intercambio de correos electrónicos, teléfonos y promesas de futuras citas para rememorar estos días pasados. Llegada al aeropuerto y pancartas de bienvenida con los tuyos. Más abrazos y lágrimas de realidad.
Al llegar a casa se unen dos sensaciones de difícil combinación. Por un lado, una alegría infinita de estar aquí de nuevo con el objetivo cumplido. Increíble el apoyo recibido de todos los compañeros, amigos, familiares y conocidos. Recibir una frase de apoyo en medio del desierto es como una ducha de agua fresca que te renueva y te da fuerzas para el día siguiente. Por otro lado está el agotamiento infinito, y no me refiero al dolor de pies, uñas independizadas e infección generalizada en las dos piernas, sino a tener la mente espesa y ser incapaz de tomar cualquier tipo de decisión. Sentir una pena terrible y el lagrimal frágil por falta de energía y por tener las baterías a cero.
Alguien me dijo que la falta de azúcar en el cerebro provocaba estas sensaciones, me voy a comer unos caramelos a ver si se despeja este día gris…
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