Cerca del volcán Erta Ale (montaña humeante en el idioma de los Afar) se encuentra el lago Afrera. Sus aguas no calman la sed, pues se trata de un lago salado, pero son fuente de riqueza a base de sus minerales. A sus orillas se hace llegar el agua que una vez evaporada, deja como residuo una blanca y fina sal, la de mejor calidad del Danakil. Y es que hace millones de años toda la gran depresión del Danakil era un gran mar que al evaporarse ha dejado enormes depósitos salinos, hoy fuente de riqueza.
Merece la pena acercarse a ver las explotaciones salinas y contemplar las retículas que delimitan cada propiedad. Después de la visita a las salinas, el siguiente objetivo no es otro que el volcán Erta Ale.
Desde las salinas nos desplazamos unas tres horas a través de llanuras arenosas y un tramo más por una pista trazada a través de las coladas de lava. Vamos en dirección a la aldea de Ksrawat (42 m), lugar en el que superaremos los controles establecidos por la comunidad Afar. Llega el momento de contratar al guía local y los camellos suficientes para que carguen todo lo necesario para la la aproximación hasta el volcán.
Pero no es plan de iniciar la marcha en cualquier momento. Lo más prudente es esperar a que el sol sea menos cruel y baje lo suficiente (razonablemente, ya que nunca es suficiente aquí) la temperatura. Se esperan los camellos, se prepara la carga.
El volcán Erta Ale muestra un perfil que no parece intimidar, pero no hay que dejarse engañar por esta apariencia. Necesitamos cuatro buenas horas para subir desde la depresión, a menos 70 metros, hasta una altura de más de quinientos metros.
Los últimos tramos son nocturnos y llenos de emoción. Se percibe la reverberación de la luz naranja que emerge del monstruoso orificio. Los sentidos están alerta, el olor a azufre cada vez es más persistente.
Con la ayuda de las linternas seguimos hasta el borde del cráter, con la idea de acercarnos lo más posible a los bancos de la gran cuenca volcánica, como atraídos por una fuerza magnética que nos obliga a seguir. El espectáculo: Magma echando llamaradas, explosiones que engullen rocas, un mar agitado de piedra líquida y negra, una cazuela gigantesca en la que se cuece la tierra. El Erta Ale es un espectáculo que hipnotiza con su fuerza viva y fascinante.
Nadie quiere acostarse, pero finalmente el cansancio producido por las emociones y la caminata nos lleva hasta los vivaques construidos por los Afar.
Descansamos en el campamento y nos levantamos con el gozo de saber que disfrutaremos de un día entero dedicado a la exploración de la caldera. Podemos apreciar las peculiaridades geológicas, atisbar el espectáculo de la caldera desde distintos ángulos, detenernos con calma a descubrir cada detalle de la cima del volcán y descansar un poco de los largos días de viaje en coche precedentes.
Al atardecer estamos listos para una nueva exhibición de las fuerzas de la naturaleza. Otra vez somos testigos de un espectáculo único sensacional con la mirada fija en la caldera en ebullición, con una luna en el firmamento que acabará de dar el toque de magia a este gran escenario que nos ofrece una viaje a Etiopía. Más descansados que el día de la subida al volcán, nos deleitamos con la visión de la sopa hirviente de lava.
Con algo de tristeza mezclada con la alegría de haber conocido esta joya de Etiopía debemos emprender el regreso y dejar atrás la cumbre del volcán Erta Ale. Logicamente la bajada es menos dura que el ascenso pero nos toma cerca de 4 horas completarla.
Nos trasladamos hasta Vaivedhom, donde comeremos a la sombra de las palmeras y podremos disfrutar de la hospitalidad de las familias Afar. La pista pasa por una llanura que, en la estación de lluvias de las tierras altas, se inunda, cerca encontramos la cadena de volcanes a la que pertenece el Erta Ale.
El pueblo de Ahmed-Ela, »el pozo de Ahmed,» es el único pueblo real en este desierto, quinientos habitantes (extractores y talladores de sal) durante los meses de las caravanas, pero no más de veinte personas en el verano más caluroso. Aquí las caravanas han de pagar impuestos para la extracción y transporte de bloques de sal, y se encuentran los camelleros con los equipos que van a extraer y dar forma a la sal.
No podemos abandonar la depresión del Danakil sin antes perdernos en el paisaje fascinante del Dallol. Parece que por un momento estamos en un nuevo planeta de suelos ácidos, llanuras de sal hundidas bajo el nivel del mar y caprichos basálticos. Lo que captan nuestros ojos desafía toda lógica y nos es posible comparación alguna anterior.
Nuestro viaje a Etiopía sigue, y nos esperan todavía unas jornadas memorables durante la celebración del Milhela en Axum.
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