Javier M. de la Varga lleva 7 años recorriendo el mundo en bicicleta
Ni el tifus ni la malaria, ni los ataques que ha recibido en algunos países le han hecho cambiar el rumbo. A los 32 años, este fotoperiodista ha convertido sus dos pasiones, viajar y el ciclismo, en su forma de vida
Lleva más de 77.000 kilómetros a sus espaldas y, de momento, ha recorrido medio mundo en bicicleta, desde Indonesia hasta Ciudad del Cabo, viviendo y registrando experiencias que van desde la fascinación por el ser humano hasta el miedo causado por la violencia y las carencias; de la belleza de un paisaje silencioso, al agotamiento que deja en el cuerpo la malaria o el tifus.
Se llama Javier Martínez de la Varga y de niño ya sentía una atracción especial por los mapas, que ahora ha transformado en su pasión por el viaje. En las redes sociales es conocido como Javier Bicicleting, tiene 32 años, es fotoperiodista y comenzó su aventura en bicicleta hace casi seis años.
-Empecé en Indonesia en septiembre del 2010. Pero antes de iniciar este viaje en bicicleta por el mundo ya llevaba bastantes años, desde el 2004, haciéndolo. Trabajaba de fotoperiodista, visitaba zonas en conflicto, hacía reportajes… Después de pasarlas un poco canutas en África, por todas las guerras que había y en Palestina, donde vi cómo mataban a un joven a mi lado, decidí cambiar y pensé que quería seguir viajando pero de otra manera, y, en lugar de documentar solamente la cara negativa del mundo y de las personas, dar buenas noticias, más optimistas. Eso es lo que necesita el mundo. Y nada mejor para sentirse bien y llegar a cualquier sitio que una bicicleta. Decidí volar con mi bicicleta a Indonesia y seguir viajando con lo mínimos indispensable. Y desde entonces ya no es un viaje, sino un estilo de vida.
Montado en su bicicleta ha recorrido numerosos países de Asia (Tailandia, Camboya, Vietnam, China, Tíbet, Nepal, Uzbekistán…), Europa (Italia, Francia…), África (Kenia, Congo, Nigeria, Namibia…), y ahora se encuentra en el continente americano, cerca de la Patagonia, después de cruzar en velero el Atlántico y entrar en Sudamérica por Río de Janeiro, con la intención de llegar pedaleando hasta Alaska en los próximos tres o cuatro años.
Javier es un nómada del siglo XXI, que recorre cada día una media de 100 kilómetros -depende del calor y el estado de los caminos-, tiene un presupuesto de 5 euros diarios (financia su aventura con la fotografía, vendiendo reportajes y ampliaciones a través de su blog www.bicicleting.com) y lleva todas sus pertenencias en su bicicleta que pesa, con el equipaje incluido, 75 kilos. No es mucho si se piensa en sus 32 años de vida y lo comparamos con todo lo que se puede almacenar en un piso, pero puede convertirse en una carga tremendamente insoportable cuando tiene que cruzar valles nevados, desiertos o caminos inundados por el barro.
-¿Cómo cargas la bicicleta para que te quepa todo?
-La bicicleta tiene unas alforjas y lo llevo todo separado como si fuera un piso: una alforja es la cocina, donde llevo el hornillo, las ollas… Otra es el baño: con el neceser, el botiquín médico, toalla… La tercera es el dormitorio, donde llevo la tienda de campaña, la esterilla y el saco de dormir. Y la cuarta es el armario, para la ropa, el ordenador… A mí me sueltas en cualquier sitio y no me falta nada. Pero a veces es demasiado peso, sobre todo si tienes que subir cuestas o empujar la bici por la arena en el desierto…
-¿Y dónde duermes?
– Lo que más suelo usar es la tienda de campaña, que es mi alojamiento favorito en el 90% de los casos. Y el 10% restante suele ser en casa de gente.
-Y en todos estos años, ¿nunca te has preguntado qué hago yo aquí?
-Hay momentos… En Armenia estuve a punto de morir. Me perdí en una zona montañosa, sin agua y sin comida. Me dieron mal las indicaciones y me planté en un puerto de montaña que estaba bajo la nieve, no podía volver atrá y por delante me quedaban como 20 kilómetros de nieve profunda. Me pilló una tormenta, por suerte encontré un camión militar abandonado y en la cabina había una jarra de mermelada. Al día siguiente recorrí 4 kilómetros en 12 horas y pasé 4 días empujando la bicicleta por metros y metros de nieve. Después, he pasado situaciones difíciles por temas de salud. En África he tenido dos veces malaria y dos veces el tifus. La primera vez fue en Ghana.
-¿Y cómo te trataste?
-Fui al hospital público y, como son enfermedades típicas de allí, los médicos los saben reconocer pronto y el tratamiento está disponible. Y la segunda vez, venía del Congo, uno de los países más difíciles que he hecho y en el que cogí malaria y tifus, y me pilló en la tienda de campaña, en un sitio alejado. Pero como son enfermedades que ya conocía y llevaba el tratamiento, pude curarme, aunque la recuperación fue un poco lenta. También en Nigeria lo pasé mal. Fui atacado varias veces porque pensaban que era un terrorista de Boko Haram y, al llegar a la frontera, por el tema del ébola, estaba cerrada, así que estuve cinco semanas ahí atrapado. Pero en ningún caso me planteé volver a España.
-¿Y por qué te atacaban en Nigeria?
-Es un país complicado. La la zona del sur es muy peligrosa, porque hay asesinatos, secuestros…, y en el norte, están el grupo Boko Haram. Decidí atravesar el país por el centro, pasando por aldeas muy remotas y cuando veían a un forastero como yo, con una bici cargada, pensaban que llevaba bombas y que era un infiltrado de Boko Haram. Cuando pasaba los pueblos, a los 2 minutos, veía por el retrovisor de la bicicleta a un grupo de gente que venía por detrás, con las motos, bicis; me obligaban a detenerme y me sacaban de la carretera. Allí, entonces, y primero con mucho miedo, les enseñaba la bicicleta, lo que llevaba: esto es la tienda de campaña, mi pasaporte es español, soy católico… Les conseguía convencer y seguía mi camino, pero al llegar a la siguiente aldea, se repetía lo mismo. Fueron como cuatro o cinco días.
-Y de qué país te has llevado la peor impresión?
-Del Congo. Ahí están los militares más corruptos y peligrosos del mundo. Es un país fallido y llevan años sin cobrar, así que consiguen el dinero extorsionando, robando… No hay electricidad ni carreteras, el sistema sanitario es horroroso, el agua está contaminada, la comida es horrible. Comí tan mal que, como no me alimentaba bien y necesitaba energía para poder ir en bicicleta, perdí kilos, cogí anemia… Fue un calvario. Pero al final todo se compensa. Esos países son muy duros pero estás ahí, y su gente es maravillosa y lo que hace el viaje son las personas que te encuentras.
-He leído que los temas burocráticos pueden ser un problema…
–Lo que más dolores de cabeza me ha traído ha sido sin duda los procesos burocráticos en las antiguas repúblicas soviéticas, donde para conseguir visados me llevó la mitad del tiempo empleado en esa zona. Pero, incluso esos momentos, los recuerdo como algo interesante, ya que me hacia vivir otras experiencias.En el Tíbet parte lo hice de ilegal , y otra conseguí permisos, los cuales me costaron mi presupuesto de 4 meses.
-¿Cuál ha sido el momento más increíble de tu viaje hasta ahora?
-Uno de los más fascinantes se produjo cuando estaba, precisamente, en una de las zonas más remotas de la selva del Congo, por un camino de tierra y de barro, rodeado de árboles de 30 metros, sonidos envolventes… De repente, alcé la vista y vi, cruzando mi camino, un gorila a tres o cuatro metros. Me detuve, el gorila, que medía unos 3 metros, me miró durante unos segundos y empezó a gritar mientras se golpeaba el pecho con fuerza. Después, se metió en la selva. Yo escuché los ruidos de las ramas mientras se alejaba. Tenía la adrenalina disparada, estaba petrificado por el miedo pero cuando percibí que se había ido, me entró la risa, una risa muy intensa, pura y con lágrimas de felicidad. Fue increíble.
¿Y el paisaje que más te ha impactado?
Las islas de indonesia, también porque eran de los primeros países en los que estuve, todo magnífico, la selva, volcanes, aguas cristalinas. Luego toda la región del Himalaya, que va desde el Tíbel, Nepal hasta Afganistán, con carreteras que van por picos de 8.000 metros, y la selva del Congo. El paisaje en sí no es espectacular, porque, como es pura selva, es fascinante, no ves más allá de tres metros, pero es la sensación de estar allí, y los sonidos envolventes de la selva…
-El país más hospitalario con el que te has encontrado es…
-La región de Asia Central: Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán. He de recalcar que los países musulmanes tienen un especial aprecio y valor a la hospitalidad, porque el islam se extendió gracias a los viajeros.
-Y el menos…
-Italia. Porque me cobraban hasta el agua en los restaurantes. Les pedía que me llenaran la botella de agua y se negaban. En la India también pasé momentos desagradables. Para ellos, yo era un paria, porque si iba en bicicleta es que no tenía dinero para ir en avión, y si viajo solo es que nadie quiere ir conmigo. Así que noté falta de respeto en algunas aldeas.
-Has pasado por zonas de climas extremos, ¿qué prefieres para viajar, el frío o el calor?
-Después de haber estado 2 años en el trópico, ahora quiero frío. Es más fácil montar en bicicleta con el frío. Es más llevadero. En Namibia he estado montando en bicicleta a 52 grados a la sombra. Cuando sacaba la ropa de la bolsa parecía que venía de la secadora. Prefiero frío.
-Viajar solo durante tantos años, ¿no puede llegar a ser muy duro? ¿No echas de menos a tu familia, amigos…?
-Conoces gente y, por ejemplo, conocí a una chica de Majadahonda en la India y estuvimos viajando juntos dos años. Ella es enfermera y estaba haciendo un voluntariado. En tres semanas nos enamoramos. Ella volvió a España, lo dejó todo, vendió el coche, se cogió una bici y regresó a la India. Pasamos juntos dos años. Y, en cuanto a mi familia, mi madre tiene la buena costumbre de venir a visitarme cada dos años a un país que sea fácil: ha estado en Vietnam, Turquía, Marruecos y, la última vez, en Tanzania.
-En general, ¿qué diferencias hay entre los países llamados ricos y los que están en vías de desarrollo?
-En los países pobres, en los que tienen pocas cosas materiales, intentan conseguir la felicidad con humanidad, hospitalidad, generosidad, amistad. Mientras que, en los países ricos, se ha olvidado eso y se piensa que la felicidad viene con el dinero. La gente es más egoísta, menos hospitalaria y tiene más miedos.