Qué bonito es correr, qué bueno es calzarse unas deportivas y saltar a la calle a despejarse después de una larga jornada laboral. Qué saludable es liberarse de las preocupaciones corriendo, haciendo deporte.
Mientras uno trota, deja atrás esas cargas negativas y tensiones acumuladas, es un reset mental necesario. Me gusta correr, me da equilibrio y me permite afrontar el día a día con buen humor y entusiasmo.
Entrenar, por el contrario, es otro concepto.
Esa actividad que uno practica por placer cuando el cuerpo y la mente se lo piden, pierde placer y pasa a ser una rutina que implica constancia y disciplina. Correr horas y horas, y acumular kilómetros en las piernas, es lo mínimo para presentarse al Marathon des Sables. Con la situación familiar y laboral de cada uno, hay que hacer equilibrios para rascar horas y salir a entrenar.
Entre semana consigo salir tres veces por la noche. El sábado o el domingo los reservo para hacer tiradas largas de tres o cuatro horas con la mochila en la espada, el mp3, las barritas, mucha agua y… ¡a correr!
Es difícil correr en invierno, hay que disfrazarse con doble camiseta y malla térmica, gorro, guantes y, aún así, pasas frío o te sobra todo. La imagen por excelencia que tenemos todos del footing es aquella en que aparece un paseo marítimo en una tarde calurosa y, entre patinadores y vendedores de helados, pasas tú con tus walkman. La realidad de entrenar es otra, más solitaria, fría y dura. Normalmente suele ser de noche, bajo la luz tenue de las farolas, con niebla o un poco de lluvia como acompañantes, y poco ruido, excepto el inseparable compás de cada paso…