Hoy he redescubierto una nueva parte de mi cuerpo, ¡los dedos de los pies!
La semana pasada estuve en una tienda especializada en todo lo relacionado con el material de atletismo. Quedé estupefacto al ver el espacio que dedicaban a los calcetines. Miles de calcetines expuestos, no sólo de distintas tallas y colores, sino con mil y una funcionalidades. Calcetines antibacterianos, antiampollas, antirrozamientos; calcetines compresivos, acolchados, de recuperación, anatómicos y transpirables. Ante tal descubrimiento, debía probar alguno de ellos. Me quede con unos calcetines blancos de dedos marca Injinji.
Hoy me los he puesto y he salido a correr. Mi cuerpo se ha acoplado rápidamente al compás de cada paso, derecha, izquierda, derecha… El rebote habitual de un pie después del otro, marcado por un tambor interior. Pero había algo anormal en mí, la rutina diaria estaba alterada por algo que no sabía como definir, aunque era algo fresco, incluso divertido. De golpe, me he dado cuenta de que mientras todas las articulaciones intentaban coordinarse, un área lejana de mi cuerpo adoptaba su propia autonomía. Se celebraba una fiesta clandestina en los extremos de mis pies. Unos juguetones dedos de los pies bailaban entre sí a ritmo de reguetón o salsa, no sé exactamente el qué, pero algún tipo de danza tropical. Los calcetines de dedos les han dado independencia entre sí, una libertad de movimiento que creo que no habían tenido en toda su existencia. Al cabo de un rato, las aguas han vuelto a su cauce, los liberados dedos han reducido su euforia y han acabado formando parte, de nuevo, del propio cuerpo. Todos al unísono han seguido el ritmo de carrera, más serio y aburrido, pero todos coordinados.